Por Liz Sandra Santiago
Cuando se habla de cáncer son muchas las historias de lucha, esfuerzo, valentía, amor y amistad.
Cada historia es distinta, muy personal y a la vez intensa. Si es muy cierto que no todo el mundo reacciona igual cuando recibe un diagnóstico de cáncer, la realidad es que la vida de todos cambia para siempre.

Un ejemplo de ellos son las historias de Katia Gil de Lamadrid, Olga Lucía Quintero y Cynthia Medina, quienes han tenido que enfrentarse al cáncer de seno y que participaron de la sexta edición del evento Bella en Todo Momento que celebra Lancôme en conjunto con la Sociedad Americana Contra el Cáncer.
Esperanzados en subirle el ánimo a las pacientes de esta terrible enfermedad, los expertos de este programa buscan enseñarles a maquillarse y arreglarse tomando en cuenta los cambios físicos que sufren durante el tratamiento de quimioterapia y radioterapia.
En un ambiente positivo, las pacientes y sobrevivientes comparten sus experiencias, que tienen mucho en común. Pero más allá de la enfermedad, las quimioterapias y la incertidumbre, en cada historia se destacan valores como la amistad, la valentía, el coraje y un sentimiento de agradecimiento combinado con amor por la vida.
Cambio de visión
Katia Gil de Lamadrid y Olga Lucía Quintero son profesoras en la misma institución universitaria hace ya varios años. Se conocían de vista y habían intercambiado alguno que otro saludo en las reuniones de la facultad, pero no había pasado de ahí.
En el 2010 Katia fue diagnosticada con cáncer de seno, considerado el tipo de cáncer más común en mujeres en Puerto Rico, de acuerdo con las estadísticas del Registro Central de Cáncer en la Isla.
Katia cuenta que al inicio se le hizo muy difícil procesar la idea de que sufría de cáncer, pero después recibió el apoyo de mucha gente. Aprendió que, además del tratamiento de quimioterapia y radioterapia que le ofrecía la ciencia, ella tenía que estar positiva y contribuir con una alimentación más sana y un estilo de vida saludable que incluyera más ejercicio y menos estrés.
“He afrontado las cosas buscando soluciones para que nadie se deprimiera en casa. Llevo más de 20 años casada y mi esposo fue fundamental para sobrepasar este proceso”, comenta Katia, madre de una adolescente de 13 años y un joven de 21.
Ahora busca dedicar parte de su tiempo libre a hacer lo que le gusta. Va a la playa más frecuentemente, una actividad que la relaja mucho.
Otro lugar que la ayuda a dejar a un lado las preocupaciones es el salón de clases. Por eso, esta profesora de geografía de la Universidad del Turabo, siguió trabajando mientras el tratamiento se lo permitió. Desde allí, su ejemplo no solo le ha servido a sus estudiantes, también a sus colegas, como Olga Lucía, a quien acudió tan pronto supo de su diagnóstico a principios del 2012.
“Desde el momento en que empecé a recibir ayuda por parte de la enfermera de mi doctor y de las demás enfermeras, me di cuenta de que a partir de ese momento tenía la responsabilidad de compartir lo que había aprendido”, añade Katia.
Importante el apoyo y el amor
Por su parte, Olga Lucía relata que recibió su diagnóstico de cáncer de seno el 15 de febrero de 2012. Aunque periódicamente se realizaba mamografías y estudios para monitorear una condición fibroquística en los senos, en esa ocasión encontraron lo que ella describe como “muchos puntitos cancerosos que cuando lo midieron eran casi seis centímetros”.
Olga Lucía es colombiana y reside en Puerto Rico desde el año 2000. Aquí se casó y se divorció, pues su expareja no pudo lidiar con el diagnóstico y decidió terminar la relación. Sin embargo, quienes sí tomaron el reto de acompañarla en este difícil camino fueron su madre -quien vino desde su patria a cuidarla- y sus amigos, tanto los colombianos como los boricuas.
“La enfermedad ha sido una bendición, por la cantidad de personas maravillosas que han llegado a mi vida. Dios prepara a uno para todo. A mi me rodeó de médicos oncólogos, de personas de mucha oración, de personas como Katia, que tan pronto supo de mi diagnóstico, me llamó”, dice Olga Lucía con lágrimas en los ojos.
Sin embargo, también acepta que al principio del tratamiento se comunicaba menos con su gente. Aún en esos momentos, su familia y sus amigos nunca la abandonaron, ellos dejaban mensajes en la grabadora de su teléfono y ella contestaba a través de mensajes de texto.
“Ahora dedico más tiempo a hablar con mi familia y con mis amigos. Antes no tenía el hábito de aprovechar cada momento para decirle a la gente cuánto los quiero. Yo pertenecía a la cultura de que eso se lo decía a la pareja y esta enfermedad me enseñó que Dios nos da ese momento para decirle a las personas cuantos los quieres”, reflexiona.
Más allá de la belleza física
La historia de Cynthia Medina también resulta impactante. Como muchas mujeres, ya había pasado los 30 años y nunca se había realizado un examen de los senos. No fue hasta finales de octubre del 2011 cuando llegó a sus manos un folleto informativo de la Fundación Susan G. Komen en el que se mostraban los pasos para hacerse el autoexámen que sintió la curiosidad y lo hizo.
“Vi los dibujos y quise aprender a hacerlo. Cuando me palpé el seno encontré una masa extraña. Eso fue un domingo en la noche y a las seis de la mañana del lunes estaba en la oficina de mi doctor. Le dije los síntomas y cuando empezó a palpar puso cara de pocos amigos. De inmediato me dio una orden para una mamografía y una sonomamografía”, recuerda la mujer de 36 años.
En las pruebas se detectó un tumor que medía 4.3 centímetros y a la semana ya medía 5.5 centímetros. Buscó varias opiniones, pero el primer cirujano que accedió a operarla extirpó el tumor completo sin darle ningún tratamiento. Eso complicó el panorama para Cynthia, quien luego aprendió que los tumores grandes primero se tratan con quimioterapia para reducir su tamaño y luego extirparlos.
“A raíz de esa operación, siguieron saliendo más tumores y el cáncer se regó a los nódulos linfáticos axilares”, menciona.
La vida de Cynthia cambió de manera radical. Antes de la enfermedad tenía dos trabajos y estudiaba un bachillerato en trabajo social. Ahora, sólo tiene un trabajo y dedica la mayor parte de su tiempo a concentrarse en su tratamiento y sanación.
“Es un proceso que te hace crecer como persona, que te hace ver la vida de otra manera. Quizá nunca me detenía a pararme a la orilla del mar, a ver las flores y hacer cosas que antes no hacía y que ahora hago. Le das prioridad lo que antes no se la daba. Quiero sanarme y quiero también que mi experiencia a través del cáncer le sirva a mucha gente para que vean que la vida es linda y que vale la pena luchar”, dice con fe la joven, oriunda de Río Grande.
Cynthia comenta que siempre le ha gustado estar arreglada y maquillada. “Siempre he sido presumida”, asegura. Pero los efectos que las operaciones y la quimioterapia han causado en su físico la han llevado a apreciar la belleza más allá de lo que se refleja en el espejo.
“Perdí mi pelo a los 14 días de la primera quimioterapia. Cuando eso pasa te miras al espejo y te ves completamente diferente. Tienes que empezar a conocer a esa que tienes de frente. Te das cuenta que no eres solo un físico. Estoy llena de cicatrices que he aprendido a verlas como parte del proceso, parte del camino. Para mí, las cicatrices son un aprendizaje, son esas huellitas de lo que he pasado”, asegura.
Ha perdido el cabello por completo en tres ocasiones y aunque al principio fue difícil, con el paso del tiempo lo ha visto como una forma de liberación. La primera vez no salía a la calle sin un pañuelo que tapara su cabeza, pero poco a poco se ha ido acostumbrando.
“Ya la segunda y la tercera vez que perdí el pelo, si no me daba la gana de ponerme un pañuelo, salía a la calle sin importarme nada. Fue como proceso de aceptación. Que yo no tenga pelo no significa que nos sea aceptada. Ahora cuando me pongo un pañuelo es porque quiero verme diferente, pero normalmente salgo calva”, dice con un contagiosa risa.
Bellas en todo momento
El Programa Bella en Todo Momento, producto de una alianza entre la casa de belleza Lancôme y la Sociedad Americana Contra el Cáncer, que se ha celebrado por los pasados seis años.
Para participar del programa tienes que visitar la oficina regional de la Sociedad Americana Contra el Cáncer más cerca de su comunidad y recibir allí su carnet de identificación y con éste puede visitar cualquier mostrador Lancôme. Al presentar su carnet de identificación podrá recibir libre de costo los siguientes servicios: consulta especializada y evaluación de su piel, facial expreso, maquillaje y suministro para diez días de la tonalidad y formulación de base ideal para su condición de piel; además de la muestra de su humectante y suero ideal.

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